Las joyas son objetos preciosos no sólo por la belleza de sus formas, colores y materiales, sino muchas veces por la historia que llevan impregnada. Recuerdos, herencia histórica y leyendas familiares. Por esto es siempre difícil pensar en desprenderse de ellas y por ello la mejor opción siempre es empeñar joyas para conseguir dinero sin tener que venderlas.
Pero el empeño de joyas es una práctica que se ha llevado a cabo muchas veces en los reinos de distintos países y épocas. La necesidad de financiación rápida y veloz para costear guerras o importantes matrimonios, por ejemplo. La corona británica tuvo que empeñar sus joyas en numerosas ocasiones: para pagar los gastos de las distintas batallas, reconstruir palacios quemados y pagar dotes reales. Tanto el rey Enrique V como el rey Eduardo III recurrieron a esta práctica.
La corona de Christian IV de Dinamarca fue empeñada, no se sabe cuándo pero sí se sabe que a la muerte del monarca la corona seguía empeñada en Hamburgo. El nuevo rey Federico III necesitaba la corona, que tuvo que ser “recuperada” puesto que había sido reempeñada. El yerno de Christian IV, Corfitz Ulfeldt, pagó el precio de la corona con todos sus bienes y propiedades.
También en uno de los momentos históricos más trascendentes aparece el empeño como gran protagonista. Y es que cuenta la leyenda que Isabel de Castilla tuvo que empeñar sus joyas en contra del deseo de Fernando para financiar la expedición de Cristóbal Colón a las Américas. Aunque varias hipótesis apoyan que esta anécdota es falsa,qu aludiendo a e sus joyas estaban ya empeñadas antes de el descubrimiento de América. De todos modos, que la reina empeñó sus joyas no es elemento de duda.